“No. No me encontraron.
Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba,
y que el mar recordó ¡de pronto!
los nombres de todos sus ahogados”.
El domingo leí entre sueños el poema de Lorca: Fábula y rueda de los tres amigos. Lo leí sin entender, mirando las palabras como huesos desconocidos de un cuerpo antiguo y grande. Aprendo a leer así, sin entender.
Al final: “…y que el mar recordó ¡de pronto! los nombres de todos los ahogados”. El corazón se me retorció y algún tipo de conexión neuronal remota se volvió para mirarme.
El mar, tan grande, extendido en el fondo, en la playa. Torpe. Con algas enredadas. Cambiante. Agua que de pronto toma conciencia, unifica sus átomos, les da una dirección, se ioniza. Y recuerda. Recuerda el nombre de los ahogados sin olvidar ninguno.
A veces estás cansada. Él se acerca por detrás y te masajea los hombros. Hasta ese momento no lo habías notado pero los tienes cargadísimos ¿entiendes?
Tienes quince años. Él te acaricia un pecho. Notas toda la esperanza retenida justo al otro lado de la piel ¿entiendes?
Hay un dolor de todos que olvida el nombre de los ahogados. Un dolor que no sabía que tenía hasta que Lorca me dijo ese verso. Eso es para mí la belleza.
Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba,
y que el mar recordó ¡de pronto!
los nombres de todos sus ahogados”.
El domingo leí entre sueños el poema de Lorca: Fábula y rueda de los tres amigos. Lo leí sin entender, mirando las palabras como huesos desconocidos de un cuerpo antiguo y grande. Aprendo a leer así, sin entender.
Al final: “…y que el mar recordó ¡de pronto! los nombres de todos los ahogados”. El corazón se me retorció y algún tipo de conexión neuronal remota se volvió para mirarme.
El mar, tan grande, extendido en el fondo, en la playa. Torpe. Con algas enredadas. Cambiante. Agua que de pronto toma conciencia, unifica sus átomos, les da una dirección, se ioniza. Y recuerda. Recuerda el nombre de los ahogados sin olvidar ninguno.
A veces estás cansada. Él se acerca por detrás y te masajea los hombros. Hasta ese momento no lo habías notado pero los tienes cargadísimos ¿entiendes?
Tienes quince años. Él te acaricia un pecho. Notas toda la esperanza retenida justo al otro lado de la piel ¿entiendes?
Hay un dolor de todos que olvida el nombre de los ahogados. Un dolor que no sabía que tenía hasta que Lorca me dijo ese verso. Eso es para mí la belleza.
2 comentarios:
La belleza es un dolor que no sabía que tenía hasta que Lorca me dijo ese verso.
-- S.G.
Me lo apunto como lema para el próximo concurso.
Tienes quince años. Él te acaricia un pecho. Notas toda la esperanza retenida justo al otro lado de la piel...
Sí, así era, tan simple y grandioso... A los cuarenta sigues buscando esa esperanza, en otras manos, en el mismo pecho, diferente, vencido. Pero ya no es igual, ya nunca será igual. De hecho, ya ni siquiera importa...
Buscando información sobre Lorca llego a tu blog :-) Gracias por esta exquisita lección de buen hacer con la pluma. Besos.
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