martes, 10 de julio de 2012
Dime, Mary Robison
domingo, 27 de marzo de 2011
Alondra y Termita, Jayne Anne Phillips
Nonie no puede querer más o menos a Charlie. Es un amor que existe. Un amor que es. Y Lola, Lola, la gata que todo lo sabe, tiene que hacer algo para que el amor vaya mucho más allá de si misma y resista balas y crueldades. Leavitt quiere tocar su clarinete para huir de una muerte “pequeña, como el clic de una lámpara al apagarse, o el leve suspiro de un radiador.” Lola es, y Leavitt siente que la muerte es otra cosa, algo que “recorre las profundidades de la tierra como el bordón de un bajo, colosal, implacable.” Solly sabe también lo que quiere. Es un hombre niño que creció sin madre, como Alondra. Hay maternidades que dejan un pequeño surco para iniciar un camino. Otras liberan fango para tapar surcos anteriores que pudieran, tal vez, confundirnos. También las hay que nos anegan con una riada y destruyen todo lo que hubo antes dejando tras de si un yermo que tardará mucho tiempo en ser fértil otra vez. No importa el por qué. Después de eso ¿qué puede atarte al suelo para luchar? Y al final de cada camino siempre hay una muerte. Y una esperanza.
¿Qué se destruye antes en la guerra: la esperanza o el amor? Tal vez la soledad lo oculte todo, la soledad de la distancia, la del exilio de lo que amas. ¿Cuánta soledad hay en el silencio? ¿Cuántos silencios se pierden entre las palabras de los otros? ¿Hablan las notas de My funny Valentine de otros climas más cálidos? ¿O tal vez es el humo de un club de jazz, o de un bar de pueblo lo que enturbia el aire? Una frase puede repetirse sin palabras, transformada en música, y hacer que el silencio pese más que el aire para que se precipite hacia el suelo y exista. ¿Qué puede quedar tras la guerra y la separación? ¿El olvido?
Toda la acción de la novela pasa a través de un túnel. Un túnel de guerra, sufrimiento y melancolía. Un túnel de tiempo que conecta historias, personajes y polos opuestos del mundo. Uno, al fin, donde el pasado solo te alcanzará si se lo permites y en aquello que desees que te acompañe. La sabiduría de las emociones más puras no puede someterse a ninguna decisión ajena. Ni siquiera a la del lector.
En esta novela caleidoscópica se adivinan las emociones mucho antes de que lleguen a rozar al lector. Son pequeñas notas, leves tonalidades de frases que se mezclan con la cotidianeidad de una vida tan leve como la de un pájaro o un insecto. Son los matices sutiles del amor. De cualquier amor.
martes, 12 de enero de 2010
Perú, Gordon Lish
Perú, Gordon Lish (Editorial Periférica, 222 p.)
Perú asegura una lectura obsesiva, a través del dominio de la primera persona: el narrador culpable de un brutal, ingenuo —y ¿auténtico?— asesinato. Lish le permite expresarse a través de la recuperación circular de los detalles y la resonancia de la memoria, en un excelente ejercicio de superposición de escenarios. Cada dosis administra la cantidad perfecta de información. Sin dejar de hablar, sin permitirnos dejar de escuchar, el maestro de la gestión del tiempo y los objetos deja que su protagonista convulsione ante nuestros ojos desde la primera hasta la última página. Cito a Lish cuando citaba a Thoreau: “Hay dos tipos de escritura; la primera reporta un suceso; la segunda es el suceso”.
Si tuviera que decir algo negativo sobre esta novela —le mot injuste, digamos que es imprescindible hacerlo— diría que Lish podría haber sostenido la misma estructura hasta el cierre, sin necesidad de reconstruir linealmente las dos escenas que argumentan la obsesión. Como él mismo sugirió en una de sus clases neoyorquinas, “intenta permanecer alerta ante la ruina que supone que la obra se vuelva lineal”.