La Carretera. Cormac McCarthy (Mondadori, 210 pags. Premio Pulitzer 2007).
Estoy en la carretera, igual que vosotros. Podemos matar a los demás y comérnoslos, o compartir con los débiles lo poco que tenemos, a riesgo de nuestra propia supervivencia. Ser de los malos o de los buenos. La vida humana en la carretera. La elección es nuestra.
“No es país para viejos” era una historia bien contada. Crudeza, polvo y fronteras. Cormac McCarthy llega mucho más lejos por la carretera. Prolonga el viaje hasta una tierra calcinada por la desesperación más primitiva. Instintos y predaturas. El corazón del hombre. La novela-metáfora. Un prodigio de silencios limítrofes con las palabras:
Se quedó de pie en la carretera. Silencio. El salitre secándose de la tierra. Las formas lodosas de ciudades inundadas quemadas hasta la marca del nivel del agua. En una intersección unos dólmenes dispuestos en el suelo donde los huesos-oráculo iban convirtiéndose en polvo. El viento como único sonido. ¿Qué dirás? ¿Qué un hombre, un hombre vivo, pronunció estas frases? ¿Qué afiló una péñola con su navaja para garabatear estas cosas usando endrina o negro de humo? ¿En algún momento computable y tabulable? Viene a robarme los ojos. A sellarme la boca con tierra.
Estás en la carretera, igual que nosotros.
Mírala, ya viene.
Di algo.
¿Qué dirás?
Estoy en la carretera, igual que vosotros. Podemos matar a los demás y comérnoslos, o compartir con los débiles lo poco que tenemos, a riesgo de nuestra propia supervivencia. Ser de los malos o de los buenos. La vida humana en la carretera. La elección es nuestra.
“No es país para viejos” era una historia bien contada. Crudeza, polvo y fronteras. Cormac McCarthy llega mucho más lejos por la carretera. Prolonga el viaje hasta una tierra calcinada por la desesperación más primitiva. Instintos y predaturas. El corazón del hombre. La novela-metáfora. Un prodigio de silencios limítrofes con las palabras:
Se quedó de pie en la carretera. Silencio. El salitre secándose de la tierra. Las formas lodosas de ciudades inundadas quemadas hasta la marca del nivel del agua. En una intersección unos dólmenes dispuestos en el suelo donde los huesos-oráculo iban convirtiéndose en polvo. El viento como único sonido. ¿Qué dirás? ¿Qué un hombre, un hombre vivo, pronunció estas frases? ¿Qué afiló una péñola con su navaja para garabatear estas cosas usando endrina o negro de humo? ¿En algún momento computable y tabulable? Viene a robarme los ojos. A sellarme la boca con tierra.
Estás en la carretera, igual que nosotros.
Mírala, ya viene.
Di algo.
¿Qué dirás?
1 comentario:
Es uno de esos libros que tienen un color uniforme, en este caso el gris. Todo es gris en ese mundo quemado, hasta la prosa ha perdido el color y los diálogos funcionan como frontera entre la muerte (lo negro)y la esperanza (lo blanco). Esta coherencia es totalmente justificada porque detrás de un apocalipsis lo que sigue ya sólo puede ser minimalista.
Buen artículo, Carlos.
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